Es muy triste ir a una escuela en la que te molestan, te agreden, te maltratan y te marcan de por vida negativamente. El producto de ese tipo de convivencia nunca podrá ser algo bueno. Por eso, antes de molestar a alguien, piensa que puede ser alguien de tu familia, o tú mismo.

Molestar a otra persona porque no me gusta su manera de ser es como agredir a tu madre, padre y hermanos.

No es poco común ver en nuestras aulas a algún niño o niña con el rostro triste, resignado, esperando a ser agredido por algún grupo de compañeros. Para ellos la vida escolar se convierte en un calvario, lleno de agravios y humillaciones.

No es justo, ni lo será jamás, que algunas personas perturben el normal transcurrir de un o una estudiante. Mucho menos lo es que los profesores pasen por alto ese tipo de actitudes que lo que logran es crear un resentimiento y rencor en personas inocentes que se están preparando para vivir en esta sociedad.

Pero el problema no sólo es en el aula. Es muy probable que muchos de los que agreden vivan en familias disfuncionales, o al amparo de seres que los engríen y los sobreprotegen en demasía. Si hay algo que caracteriza a muchos de esos opresores es la seguridad de que, sabiendo que lo que hacen está mal, no les pasará absolutamente nada.

El rigor debe ser tal que, al menor indicio de agresión, se debe convocar a las partes. Tanto el agresor como el agredido pueden entablar un diálogo. Éste debe ser en las condiciones más favorables, para que ambos puedan presentar sus puntos de vista: siempre hay una razón para realizar una acción. Es así que muchas veces podremos ver que se estrechan manos y se llegan a compromisos de no solamente no agresión sino de cuidado mutuo y construcción conjunta en beneficio común.

Y es que a cada situación le corresponde una oportunidad. Y ésta se da hasta en los casos más extremos. La punición no es la mejor medida en todo caso. Creemos que podemos entablar relaciones que no se dan en principio por temas de compatibilidad, pero que al fomentarlas pueden calar en las personas y crear vínculos alternativos en pro de una relación sana y en búsqueda del bien común.

Todos los padres debemos hablar con nuestros hijos de este tema tan recurrente en nuestra sociedad. Es nuestra obligación conocer qué piensan y qué sienten nuestros hijos respecto de este tipo de situaciones. Es en ese momento en el que se puede prevenir muchas desgracias como la de arruinarle la vida a una persona inocente.

Nosotros podemos ayudar a muchos a cambiar esta realidad. Para ello hacemos charlas con grupos de escolares que pueden estar necesitando una orientación respecto de comportamientos que pueden dañar la vida de los demás.

Pedro Heredia

Coordinador General

Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.

+51 999 118 728